El homicidio de Zaida Andrea Sánchez Polanco, conocida como alias “La Diabla”, la noche del 22 de enero en Medellín, representa otro capítulo oscuro en la espiral de violencia que azota a la ciudad y a otras regiones de Colombia. Más allá del sensacionalismo que a menudo rodea a estas noticias, este caso plantea serias preguntas sobre la efectividad de las estrategias de seguridad, la impunidad y el papel de las redes criminales en el país.

los sicarios. Foto: Internet.
Un contexto de impunidad
Sánchez Polanco había sido señalada como una figura clave en la investigación de la masacre de la familia Lora Rincón en Aguachica, Cesar. Este crimen, que conmocionó al país, ya había evidenciado fallos en los sistemas de justicia y protección a las víctimas. Sin embargo, el hecho de que alias “La Diabla” haya sido asesinada en un ataque tan calculado y público refleja también la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad de las personas, incluso aquellas involucradas en investigaciones cruciales.
El modus operandi de los sicarios —dos hombres en motocicleta que ejecutaron el ataque sin mediar palabra— no es nuevo. Es un patrón recurrente en Medellín, una ciudad donde la violencia se ha vuelto casi predecible. Pero, ¿qué mensaje envía esto a una sociedad que busca justicia? Si quienes podrían aportar información clave para resolver crímenes son asesinados a plena vista, las investigaciones quedan truncadas y la sensación de impunidad se profundiza.
La narrativa de alias “La Diabla”: ¿una víctima o un engranaje del sistema criminal?
Los medios de comunicación han enfatizado la imagen de Sánchez Polanco como una figura central en un mundo criminal. No obstante, también es importante considerar las estructuras sociales y económicas que perpetúan este tipo de realidades. Alias “La Diabla”, como tantas otras personas inmersas en redes delictivas, podría ser tanto una perpetradora como una víctima de un sistema que ofrece pocas alternativas fuera de la ilegalidad.
Si bien las autoridades han sugerido que su muerte podría estar relacionada con ajustes de cuentas, también es posible que su asesinato haya sido un intento deliberado de silenciarla. Esto subraya cómo el control territorial y el silencio impuesto por las bandas criminales prevalecen en varias zonas del país, alimentando un ciclo donde la violencia no sólo es una herramienta de control, sino también un obstáculo para la justicia.
El papel del Estado y las autoridades
El alcalde de Medellín Fico Gutiérrez condenó el asesinato, pero las palabras de rechazo resultan insuficientes frente a la realidad de los hechos. En un país donde la confianza en las instituciones está debilitada, las promesas de esclarecer crímenes suenan huecas si no vienen acompañadas de resultados concretos.

injerencia en la muerte de alias «El Calvo», su pareja sentimental. Foto: Internet.
La motocicleta encontrada cerca del lugar del crimen, con huellas y otros elementos de interés, podría ser una pieza clave para dar con los responsables. Sin embargo, la historia reciente de investigaciones similares en Colombia genera escepticismo. La falta de avances rápidos y contundentes no solo perpetúa la impunidad, sino que también alimenta la percepción de que el Estado es incapaz de garantizar el orden y la justicia.
¿Confusión del sicario?
El día de la masacre en Aguachica, alias «La Diabla» se encontraba en una mesa contigua a la de la familia Lora Rincón. Desde ese 29 de diciembre circula la información sobre que, presuntamente, el sicario habría confundido a la hija del pastor Angela Natalia con alias «La Diabla».
Vale recordar que alias «La Diabla» era la pareja sentimental de Alex González, alias «El Calvo», quien fue asesinado en El Banco, departamento de Magdalena, el 27 de diciembre de 2024.
Reflexión final
El homicidio de alias “La Diabla” no es un caso aislado, sino un síntoma de una problemática más profunda que afecta a Colombia. En un país donde la violencia se normaliza y las redes criminales operan con aparente facilidad, es urgente repensar las estrategias de seguridad y justicia. Pero también es crucial abordar las causas estructurales que perpetúan este ciclo de criminalidad, desde la desigualdad socioeconómica hasta la falta de oportunidades para quienes se ven atrapados en estas dinámicas.
Mientras tanto, la muerte de Sánchez Polanco deja más preguntas que respuestas, y el camino hacia la verdad sigue siendo incierto. La sociedad colombiana merece algo más que promesas vacías; merece un compromiso real con la justicia y la paz.